El juego promueve el aprendizaje en acción, los procesos cognitivos superiores, el desarrollo de habilidades y capacidades, la movilización de recursos internos y el trabajo en equipo. Si trabajamos con juegos cooperativos y no competitivos permite que los alumnos desarrollen la empatía y la tolerancia, facilita la socialización y fomenta el apoyo mutuo y las relaciones en términos de igualdad.
Siempre hemos aprendido jugando. El juego y el aprendizaje siempre han estado unidos. Los que no siempre han ido de la mano son el juego y la educación y menos aún el juego y la escuela. No es lo mismo la educación que la escolarización, como no es lo mismo el aprendizaje que la educación, nos ha recordado Mariano Fernández Enguita en la Educación en la encrucijada.
Tradicionalemente el aprendizaje y la educación se encontraban distribuidos entre las actividades cotidianas con la familia, los amigos, en el pueblo. “El surgimiento de la escuela supuso una ruptura radical al especificar en alto grado en qué espacio aprender (centro, aula, pupitre), en qué tiempo (edad, calendario, horario, graduación y secuenciación), qué contenido (ordenación, planes, programas, libros de texto, lecciones), de qué manera (pedagogías, actividades, tareas), a cargo de quién (maestros, profesores, mentores…) y con qué resultados (exámenes, calificaciones, diplomas).” (Mariano Fernández Eguita. La Educación en la encrucijada. p. 111). El proceso de institucionalización del aprendizaje excluyó lugares, seleccionó momentos, eliminó contenidos y privilegió una maneras de aprender en detrimento de otras, consideradas como no apropiadas. Es en ese proceso de escolarización del aprendizaje que dimos la espalda al juego. El juego salió de las aulas. Pero con el juego sacamos también cosas como la manipulación o la curiosidad. Al quitar el juego, como dice Juan Ignacio Pozo, vaciamos al aprendizaje en contextos formales de toda emoción. La pregunta que tenemos que hacernos, entonces, es ¿cómo podemos poner el juego al servicio del aprendizaje en contextos formales?. ¿Cómo podemos volver a introducir el juego en la escuela? (más allá de la educación infantil donde sí es una parte central del proceso de aprendizaje). ¿Cómo podemos poner el juego al servicio de la enseñanza?.
El uso de juegos para enseñar puede ayudarnos a:
Una buena manera de verlo es recurrir a la idea del continuo del juego que ha desarrollado Fernando Trujillo y que iría del juego espontáneo al juego deconstruido (gamificación), pasando por lo que Trujillo ha llamado el juego operativizado, puesto al servicio de un proceso de enseñana/aprendizaje (Aprendizaje Basado en el juego).
El Aprendizaje Basado en Juegos o Game-Based Learning (GBL) consiste en la utilización de juegos como vehículos y herramientas de apoyo al aprendizaje, la asimilación o la evaluación de conocimientos. La gamificación es hacer vivir como una experiencia de juego una actividad que no lo es. La gamificación en la educación es añadir mecánicas de juego a experiencias ajenas al juego para fomentar un comportamiento específico y motivar a los alumnos. La gamificación nos sirve para conectar directamente la experiencia de aprendizaje con el juego logrando una mayor implicación del alumnado al generar un plus de motivación. Y desarrollar competencias, destrezas, conocimientos y todo, con ganas de progresar y alcanzar el éxito.
Obtenido el 05 de Marzo de 2018 en https://goo.gl/LcRSfg
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