La originalidad creadora en un niño o un adulto implica siempre procesos de hacer, rehacer, deshacer, aprender, re-aprender. Cabría preguntarse: ¿Será que un niño desbarata un juguete o un objeto a través de un impulso natural exploratorio (curiosidad y asombro) para consolidar su espacio de autonomía e independencia del objeto amoroso (madre), o para fortalecer su creatividad? Muchos psicólogos han planteado que se debe a impulsos agresivos-defensivos. Para Winnicott: “El amor y el odio pueden actuar como dos formas de agresión”.
En este sentido, los planteamientos de este autor sobre desarrollo emocional son de gran importancia para entender este proceso aparentemente agresivo o engañoso en el niño. Para este autor los impulsos eróticos y destructivos son señales de salud mental, a través del conocimiento del niño, de los juegos, de la interacción con los objetos y los juguetes. Por eso mismo este comienza a caminar por el sendero de la autonomía o de la independencia de su relación con la madre.
Frente a este proceso de independencia (destete) de la unidad madre-bebé, el niño crece y madura emocionalmente al remplazar por objetos o juguetes aquello que su madre no le puede proporcionar, en este conflicto. De esta manera surge el juego como un espacio de distensión que le permite al niño crear situaciones imaginarias para poder suplir todas aquellas demandas biológicas, sociales, culturales y psíquicas. En esencia Winnicott (1993), sintetiza lo anterior así: “El bebé encuentra un placer intenso, e incluso angustioso, vinculado con el juego imaginativo. No existe un juego prefijado, de modo que todo es creador; y aunque el jugar forma parte de la relación de objeto, lo que ocurre forma parte de la relación de objeto, lo sucedido es personal para el bebé. Todo lo físico se elabora en forma imaginativa, se lo reviste de una cualidad “la primera vez que ocurre” (p. 136).
El niño, a través de un impulso lúdico y natural, puede fácilmente comprender a su modo la naturaleza de los objetos y de los juguetes. El niño, de esta forma, actúa a nivel metodológico como lo hace un científico al coger un objeto o un juguete y desmantelarlo para conocerlo. De esta manera disecciona o fragmenta un objeto, de igual forma como lo hace un biólogo o un ingeniero al desbaratar un equipo, o un investigador al fraccionar un problema para sistematizarlo y entenderlo. En estos procesos creativos y culturales la apropiación de los métodos con que se aborda un determinado objeto de estudio es natural del desarrollo humano mismo. El niño observa, describe, explica y hasta puede predecir de acuerdo con el nivel de desarrollo cognitivo y emocional que tenga.
El impulso lúdico y curioso de un niño puede considerarse tan básico como la necesidad que tiene este de suplir el afecto, el hambre y el sexo. Este impulso no es monopolio de la lógica, de la racionalidad, ni pertenece a la esfera dogmática del genio científico. Ahora bien, inclusive se ha demostrado esta capacidad en animales inferiores al hombre. Este impulso natural, según, Koestler (1981) “lleva al niño a destruir su nuevo juguete para ver lo que hay dentro y es también el primer motor tras la exploración y la investigación humana” (p. 180).
Cuando un niño fracciona un juguete para conocerlo, por lo regular intenta nuevamente su proceso de reconstrucción, similar a lo que ocurre con la armada de un rompecabezas, en el cual el niño refleja la emoción por medio de risas, que actúan como mediadores o catalizadores de las primeras tensiones del niño que empiezan a estructurar su aparato psíquico. Para Koestler (1981) “las emociones descargadas en la risa contienen siempre un ingrediente de agresividad…” La fuerza nerviosa liberada se desgasta por los canales de menor resistencia, es decir, en los movimientos corporales de la risa”
Obtenido el 10 de abril en https://bit.ly/2EBlewr
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